Un octogenario expiloto alemán de la Luftwaffe, con nombre y apellido de siniestras resonancias (Horst Rippert) ha anunciado que fue el responsable de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), autor del relato infantil El Principito. "Lo derribé yo", ha dicho con el tono de quien reconoce que en su inconsciente adolescencia mató a un ruiseñor a pedradas. Sabíamos que el piloto escritor se había estrellado en el mar -habían aparecido los restos de su aparato en las redes de los pescadores-, pero no la causa. Acaso un infarto, problemas con la máscara de oxígeno o suicidio. Finalmente, resulta que lo cazaron. Ningún derribo puede ser tan poco honorable, tan triste. Saint-Exupéry era ya un piloto viejo, veterano de Aéropostale, de los Andes, del norte de África, cubierto de heridas: había caído tantas veces, en el Sahara en 1935, sobre las arenas doradas -por las que hubo de caminar durante días-; en Guatemala, en 1937, sobre la selva. No creía en la heroicidad de la guerra: "la guerra no es una aventura, es una enfermedad, como el tifus", decía.
Su mirada a través del cristal de la cabina no era la de uno de esos sanguinarios cazadores, 'young bloods', aves de presa ansiosas de pintar marcas de aviones enemigos en su fuselaje. Saint-Exupéry, en misión de reconocimiento, no buscaba rivales, volaba, se fijaba en el sol, en el viento, en las estrellas, en la disposición de las nubes y en las extrañas formas que éstas adoptan. Inventaba historias, soñaba. No albergaba demasiadas esperanzas sobre su futuro.
Cuando el depredador alemán, a bordo de un avión caza Messerchmit ME-109 lo encontró sobre el Mediterráneo, cerca de Toulon, no tuvo más que colocarse a su espalda y apretar el disparador de sus cañones. Una presa fácil. Súbitamente arrebatado del cielo, Saint-Exupéry cayó, junto con su bimotor Lightning P-38 como una estrella fugaz; plata ardiente siseando al encontrarse con el mar.
Hay algo que nos conmueve en la caída de todo aviador -criaturas del aire desprendidas de su elemento, revelada su fragilidad-. Manfred Von Richthofen cayó, cayó Douglas Bader -el legendario piloto sin piernas de la RAF-; cayó sobre su amada África Dennis Finch-Hatton, el amante de Karen Blixen, en un aeroplano Gipsy Moth igual que el del conde Almásy de El paciente inglés. Cayó sobre el ignoto Pacífico la bella Amelia Earhart -su misterio aún no ha sido desvelado-. Alas efímeras. Ícaros todos. Pero ninguno como Saint-Exupéry, porque con él viajaban la poesía, los baobabs y las rosas, y ese pequeño príncipe que le salvó una vez de las dunas, pero que no pudo hacer nada contra los crueles proyectiles de Horst Rippert y la negra sombra de la guerra y de la Luftwaffe.
JACINTO ANTÓN - Diario El País. España - 16/03/2008
http://es.wikipedia.org/wiki/Antoine_de_Saint_Exup%C3%A9ry
http://www.swissinfo.ch/spa/internacional/detail/Un_piloto_alem_n_cree_que_fue_el_quien_abati_a_Saint_Exupery.html?siteSect=143&sid=8862689&cKey=1205686619000&ty=tiSu mirada a través del cristal de la cabina no era la de uno de esos sanguinarios cazadores, 'young bloods', aves de presa ansiosas de pintar marcas de aviones enemigos en su fuselaje. Saint-Exupéry, en misión de reconocimiento, no buscaba rivales, volaba, se fijaba en el sol, en el viento, en las estrellas, en la disposición de las nubes y en las extrañas formas que éstas adoptan. Inventaba historias, soñaba. No albergaba demasiadas esperanzas sobre su futuro.
Cuando el depredador alemán, a bordo de un avión caza Messerchmit ME-109 lo encontró sobre el Mediterráneo, cerca de Toulon, no tuvo más que colocarse a su espalda y apretar el disparador de sus cañones. Una presa fácil. Súbitamente arrebatado del cielo, Saint-Exupéry cayó, junto con su bimotor Lightning P-38 como una estrella fugaz; plata ardiente siseando al encontrarse con el mar.
Hay algo que nos conmueve en la caída de todo aviador -criaturas del aire desprendidas de su elemento, revelada su fragilidad-. Manfred Von Richthofen cayó, cayó Douglas Bader -el legendario piloto sin piernas de la RAF-; cayó sobre su amada África Dennis Finch-Hatton, el amante de Karen Blixen, en un aeroplano Gipsy Moth igual que el del conde Almásy de El paciente inglés. Cayó sobre el ignoto Pacífico la bella Amelia Earhart -su misterio aún no ha sido desvelado-. Alas efímeras. Ícaros todos. Pero ninguno como Saint-Exupéry, porque con él viajaban la poesía, los baobabs y las rosas, y ese pequeño príncipe que le salvó una vez de las dunas, pero que no pudo hacer nada contra los crueles proyectiles de Horst Rippert y la negra sombra de la guerra y de la Luftwaffe.
JACINTO ANTÓN - Diario El País. España - 16/03/2008
http://es.wikipedia.org/wiki/Antoine_de_Saint_Exup%C3%A9ry
http://afp.google.com/article/ALeqM5hHZZtXHl4myWwiV4pNoiuTEGPMpg http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_3609000/3609047.stm
http://www.proverbia.net/citasautor.asp?autor=290
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